Hay un mantra que se repite cada vez que se hace referencia a la seguridad informática; todo dispositivo electrónico conectado a internet es susceptible de ser hackeado. Pero las comunicaciones telefónicas sobre los protocolos tradicionales tampoco están exentas de ser interceptadas. Siguen siendo una de las vías importantes para robar la intimidad de las personas.
Las revelaciones sobre el espionaje a Donald Trump, presidente de Estados Unidos, ha puesto de relieve dos problemas de magnitud global. Por un lado, la fortaleza de China como Estado capaz de albergar grupos de ciberdelincuentes que dominan técnicas vez más sofisticadas; por otro, la fragilidad de los teléfonos móviles que se conectan a internet pero sobre todo lo sencillo que es pinchar las conversaciones telefónicas.
Al poco de llegar a la Casa Blanca, Trump aceptó desprenderse de su teléfono con sistema operativo Android, considerado más inseguro que el ecosistema de Apple. Era el mismo teléfono que portaba en su día a día antes de convertirse en uno de los políticos más poderosos del mundo. Por recomendación de los servicios de inteligencia tuvo que cambiar de parecer. Desde entonces, ha estado utilizando tres terminales iPhone. Dos de ellos, según «The New York Times», securizados y con capacidades limitadas. Y un tercero, un modelo corriente como los que se venden en las tiendas, destinados a fines personales. Mientras que los dos primeros se utilizan para Twitter y llamadas oficiales de forma independiente, el tercero le sirve de agenda de contactos para conversaciones extraoficiales.
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