Tener un iPhone no significa ser su esclavo. De hecho, debería ser más bien al revés, un avance tecnológico a nuestro servicio, que es para lo que fue planteado. Sin embargo, como tantos otros, reconozco que con los años me volví un adicto al móvil. Y cuando lo quise dejar un poco, él volvía a mí.
El infierno de notificaciones que recibía hacían que constantemente tuviese que prestarle atención. Sabía que ni la mitad eran importantes, pero aún así lo miraba. Porque sí, una vez que sabemos que hemos recibido un mensaje o una alerta de cualquier app, nos mata la curiosidad. Y aunque sepamos que no va a ser importante, ¿qué pasa si al final lo es? Spoiler: casi nunca lo es.
Un día con 300 notificaciones es un día con 300 interrupciones
No es que mi flujo de trabajo me obligue a estar completamente apartado del mundo y vivir inmerso en una burbuja de concentración. Mi trabajo, como tantos otros, requiere de atención, aunque tampoco de forma que no pueda echar la vista a un lado de vez en cuando. Sin embargo, notaba como tanto en mi trabajo como en mi tiempo de ocio miraba demasiado el móvil y no era tanto por iniciativa propia como sí por haber recibido una notificación.
Algo en lo que sí puedo presumir de mi educación digital (siempre autodidacta) es de haberme concienciado bien de la no necesidad de recibir alertas de todas y …