Westworld (HBO), que acaba de comenzar su emisión, es una de las series más esperadas de la temporada. Básicamente versa sobre todo lo que sucede en un futurista «parque de atracciones» en el que los muñecos animatrónicos han evolucionado hasta ser casi indistinguibles de los humanos y cuyo escenario recrea el viejo Oeste.
Los visitantes pagan un exorbitante precio por disfrutar de unas experiencias únicas y «reales como la vida misma», incluyendo poder matar a los «malos», revivir aventuras de una época pasada y, cómo no, sexo a gusto del cliente. Entretenimientos nobles, depravados o incluso psicópatas: todo vale en esta especie de mundo virtual alojado en el mundo físico.
Pero además de intrigas y dramas diversos la serie versa también sobre la inteligencia y la consciencia artificial, sobre el sentido de la vida y sobre qué nos hace humanos. Es algo que salta a la vista desde la primera frase de la primera escena. Androides que deben respetar reglas parecidas a las de la robótica, entidades aparentemente imaginarias que viven y reviven realidades imaginarias y seres humanos que juegan a ser Dios. El resto se irá desarrollando a lo largo de los episodios –que sin duda darán para mucho– incluyendo según los creadores también una trama sobre «la evolución del pecado».
Los precedentes de Westworld difícilmente podrían ser mejores: la historia está basada en una película del mismo título de 1973 escrita por Michael Crichton y protagonizada por Yul Brynner; en español se llamó Westworld, almas de metal. …