Llegamos al Apple Park cuando el sol ya empezaba a caer, con esa luz dorada que parece pintada a mano sobre el vidrio curvado del Steve Jobs Theater. Eran las 18:30 y el ambiente tenía ese punto justo entre la expectación y la calma. Como si algo importante estuviese a punto de empezar, pero sin prisas. Allí estábamos, en ese templo moderno de la colina más alta, a punto de ver una película sobre velocidad… pero envueltos en una paz casi zen. Apple sabe jugar con los contrastes como nadie.
El recibimiento fue elegante, pero sin estridencias. Un pequeño catering con vino blanco, algunas bebidas, algo de picar. Lo justo para darte la bienvenida sin romper la atmósfera - quizás faltaron palomitas, pero cuando le di una vuelta supuse que quizás eran demasiado mundanas para aquel lugar. Recuerdo el primer sorbo de vino, mirando el techo suspendido del teatro como si fuera una nave espacial que se hubiese posado suavemente en medio del jardín del campus. Todo estaba medido, hasta el silencio. Incluso los pasos se oían distintos en ese lugar. Hay sitios que te predisponen al asombro. Este es uno de ellos.
Cuando entramos en la sala, tuve que detenerme un segundo. La pantalla, esperando frente a nosotros. Las butacas, impecables. Pero lo que ocurrió cuando empezó F1 fue otra cosa: fue como despegar. La calidad de imagen era tan precisa que parecía mentira que fuera proyección. Cada curva del circuito tenía textura. Y el sonido… el sonido era …