En esta época de avances constantes en el campo de la IA, la historia de Builder.ai se alza como ejemplo aleccionador de cómo el brillo del marketing puede ocultar la realidad de una empresa. Fundada en 2016 por el empresario Sachin Dev Duggal, Builder.ai prometía democratizar el desarrollo de software a través de su asistente virtual de IA, Natasha. Según proclamaba, crear una aplicación sería "tan fácil como pedir una pizza".
Pero tras haber alcanzado una valuación de 1.500 millones de dólares, atraer inversiones de gigantes como Microsoft, y convertirse en una sensación mediática, la empresa londinense se declaró en bancarrota el pasado día 20 de mayo.
¿Las razones? Muchas: una de ellas, la manipulación contable... pero quizá la más chocante de todas sea la revelación de que Natasha no era una IA. Y es que, detrás de toda la parafernalia tecnológica, había un ejército de más de 700 ingenieros en la India haciendo el trabajo de programación a mano.
La ficción de una IA
Builder.ai se promocionaba como una plataforma de desarrollo sin código, impulsada por IA, capaz de ensamblar aplicaciones como bloques de Lego. El asistente virtual Natasha era el rostro visible de esta funcionalidad. Según la empresa, Natasha podía traducir ideas en aplicaciones completas en tiempo récord.
Sin embargo, las revelación de los últimos días muestran que Natasha no era más que una interfaz vacía que trasladaba las solicitudes a oficinas en la India, donde los desarrolladores humanos ejecutaban cada paso del proceso.
Incluso aspectos como la …