Aunque pasen los años y las personas cambien, siempre existe la posibilidad de que las relaciones especiales permanezcan inmutables como montañas ancestrales.
El concepto del tiempo ha interesado a múltiples físicos y filósofos a lo largo de la historia. Su naturaleza es elusiva: ¿es un componente de la percepción humana o constituye una realidad de manera que aún no está clara? ¿Es un simple cambio de entropía o algo mucho más complejo? ¿En qué realidad alterna debemos estar viviendo para que se explique la no existencia de las verdaderas hover-boards al estilo Volver al Futuro? Interrogantes como estos han probado ser demasiado complejas para resolverse definitivamente.
Algo debió haber fallado.
Más allá de cualquier determinación circunstancial o especulación que pueda hacerse acerca del tiempo, podemos estar de acuerdo en que el paso de los años condiciona la existencia de todos los seres vivientes. El proceso exacto que hace esto posible es todavía dudoso, sólo podemos limitarnos a observar y tratar de entender las implicaciones prácticas con las que tenemos que lidiar todos los días: la vejez y nuestra eventual muerte.
A veces preferimos no pensar en ello, ya que no nos afecta directamente todavía. Este mecanismo de protección es saludable y natural para los seres humanos. Pero si dejamos que pensamientos así ronden nuestro cerebro sin supervisión, podemos llegar a olvidar nuestra condición humana y llevar una vida ilusoria, lejos de los asuntos que en verdad le importan a cada uno, creyendo que, eventualmente, habrá tiempo para retomar tal o cual actividad.
Las fotografías de …