No soy especialmente despistado, pero reconozco que el ajetreo diario y las prisas juegan malas pasadas. Hace tres años me regalaron un AirTag, ese pequeño localizador de Apple que prometía darnos algo más de tranquilidad. Y madre mía si me la ha dado. Si no hubiese llevado un AirTag en momentos clave, probablemente habría perdido mucho más que mi tranquilidad: desde perder un vuelo hasta pensar que había desaparecido mi coche o una mochila con mi MacBook Pro dentro.
Y es que siempre lo digo: el AirTag es un producto maravilloso (que no perfecto). Su diseño minimalista queda bien simplemente como llavero. Tiene una calidad-precio como pocos productos en Apple y es un regalo con el que siempre quedarás bien. Pero aquí no he venido a intentar venderte ningún AirTag, solo a contarte cuatro situaciones personales en las que el AirTag me ha salvado de un apuro.
Unas llaves a punto de costarme las vacaciones
Recuerdo perfectamente la primera vez que el AirTag me salvó de un buen susto. Era el típico día de caos pre-vacacional: vuelo a Londres, maleta todavía sin cerrar, y un último paseo con el perro antes de dejarlo con la cuidadora. Como suelo hacer, llevaba las llaves de casa en el bolsillo trasero izquierdo, un hábito tan arraigado como peligroso cuando uno va con prisas.
Bajé con el perro y, en una de esas maniobras para ponerle la correa, debí de perder las llaves sin enterarme. Sí, …