Antes de comenzar, déjenme contarles una historia. Cuando era niño me encantaba ver El Auto Increíble porque KITT era un robot diferente: no parecía humano pero pensaba mejor que uno, y tenía un “Turbo” que lo hacía saltar grandes distancias a velocidades espectaculares.
Un día, me enteré de que KITT se presentaría en la Ciudad de México, en un lugar que no estaba muy cerca de mi casa. Pero le insistí tanto a mis papás –que nunca me sacaban a ningún lugar porque era muy “enfermizo”– que no tuvieron otra opción más que llevarme. Yo estaba que no cabía de la emoción, por fin iba a poder preguntarle a KITT cómo funcionaba el Turbo y si dormía cuando Michael Knigth lo apagaba con la llave (jamás vi eso en la serie, no sé de dónde lo saqué).
Tomarse una foto con KITT y hacerle una pregunta era carísimo para la época –todo es caro cuando eres pobre–, así que no pude hacer ni uno ni lo otro. Decepcionado, me puse a deambular por ahí y encontré al actor que daba vida al “auto increíble” (Germán Robles) hablando desde otra camioneta, haciendo reverberar su voz con un vaso de plástico a través de un micrófono. Qué pinche tristeza: KITT no era real y además no había nada tecnológico en la creación de su voz (aunque sí mucho ingenio).
Hace unos días me sentí de nuevo así, con Sophia, la primera robot en tener nacionalidad. La gran esperanza de la inteligencia artificial se me asemeja …