Ir a una entrevista de trabajo puede ser toda una experiencia. Primero, está la preparación: se parte de la idea de que el candidato cumple con los requisitos y conocimientos necesarios para el puesto, algo que los reclutadores pueden evaluar con solo revisar su currículum, siempre que esté bien estructurado. Sin embargo, la interacción presencial permite ir más allá, al mostrar cómo una persona resuelve problemas o se adapta a ellos.
Precisamente ese es el objetivo de las entrevistas: que los encargados puedan hacerse una idea clara de la personalidad y valores del aspirante. En ocasiones, estas evaluaciones incluyen pequeñas trampas diseñadas para observar reacciones. Una de ellas es el llamado test de la silla, una prueba que consiste en colocar al candidato en un asiento con una pata más corta, lo que provoca inestabilidad durante toda la entrevista.
La clave está en que, junto a esa silla defectuosa, se encuentra otra en perfectas condiciones. El objetivo es observar si el entrevistado tolera la incomodidad, adaptándose al entorno, o si decide actuar y cambiarse de lugar. En este último caso, se analiza también la manera en que solicita el cambio: si lo hace con cortesía, de forma decidida o interrumpe abruptamente el proceso.
Este tipo de pruebas se aplican porque las entrevistas generan cierto grado de nerviosismo o incertidumbre. En ese estado emocional, las respuestas suelen ser más genuinas, revelando aspectos clave del comportamiento del candidato.
Lo que revela la silla
Gracias …