Si se puede extraer una lección positiva del escándalo de Cambridge Analytica en 2016 es que sirvió para que los usuarios de redes sociales se quitaran la venda de los ojos. Esas plataformas no eran inocuas. No eran las hermanitas de la Caridad que habían vendido. Con sus instrucciones de uso y la extensión de herramientas de verificación de contenidos, Facebook y Twitter han acabado chocando contra el muro de Trump.
Ambas moderarán el ambiguo concepto de «discurso de odio».Aunque lo han hecho desde diferentes ángulos. En octubre, Twitter decidió, a riesgo de dejar de ingresar mucho dinero, prohibir los anuncios políticos en todo el mundo. La polémica no ha dejado de esparcirse. La postura de la multinacional se ha endurecido en el momento en el que ha etiquetado como «discurso de odio» y «exaltación a la violencia» varias publicaciones de Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Así que con la Iglesia se ha topado.
No se podía esperar que, a raíz de las protestas raciales tras la muerte a manos de un policía de George Floyd, se montara una campaña en contra de Facebook en el que le instaban a eliminar el discurso de odio. Hay tres impactos de esto. El primero, que se han sumado varias empresas importantes que han decidido dejar de invertir en publicidad en la red social. El segundo: que a medida que la bola se iba haciendo más grande, marcas comerciales más importantes se iban sumando haciéndole perder a Mark Zuckerberg …