Si una cosa nos ha aportado la pandemia en el ámbito de las telecomunicaciones es un criterio más exigente a la hora de elegir operador de internet. Ya no nos basta con una velocidad de vértigo. Ahora conocemos perfectamente la diferencia entre los megas de subida y los de bajada, y tenemos alergia, plenamente justificada, a todo lo que no sean conexiones simétricas.

Tampoco estamos dispuestos a conformarnos con un servicio técnico eficaz, sino que queremos garantías de que los gastos de instalación, el alta de línea y otros procedimientos previos no nos van a terminar por salir más caros que la cuota final. En este contexto en el que nos preparamos para dar la bienvenida a la revolución del 5G, ya no somos unos recién llegados al mundo de las nuevas tecnologías que se asombran con cada nuevo avance, ignorando toda la letra pequeña.

Hoy, cuando el acceso a la fibra óptica es más una necesidad que un privilegio, cuando nuestra casa es, al mismo tiempo, oficina, colegio y cine, somos conscientes de que los contratos tradicionales son cosa del pasado. De que hace falta algo más que un navegador que cargue rápido nuestras páginas habituales o un gestor de descargas que bata récords a la hora de bajar contenidos.

En resumen: en la época de la digitalización integral, demandamos planes integrales. Por eso, cada vez más, los extras que ofrecen las distintas compañías se convierten en la diferencia clave a la hora de contratar sus servicios. …