Esta es la historia de un hombre que, después de muerto, alcanzó la fama internacional y hoy su obra sigue procurando un gran disfrute a montones personas de todo el mundo.
Un hombre aparcó su vehículo en un lugar solitario, a las afueras de la localidad de Biloxi, en Misisipi, no muy lejos de las costas del Golfo de México. Dejó una nota a la vista “para sus padres” y el motor al ralentí, se apeó, introdujo el extremo de una manguera por la ventanilla de atrás después de haberla conectado al tubo de escape, volvió dentro del vehículo y esperó a que el monóxido de carbono le adormeciera y acabara con su vida. Era marzo de 1969; el hombre sólo tenía treinta y un años y se llamaba John Kennedy Toole, alguien que jamás pudo saber que luego haría pasar uno de los mejores ratos de su vida a multitud de personas en el mundo entero, y seguro que ya para siempre, una y otra vez, conforme las generaciones se sucedan.
La lucha justa de una madre destrozada
Thelma Toole, una madre dominante y sobreprotectora que no le permitía jugar con otros niños, definía a John como “un tesoro”, y realmente lo era. Había nacido en Nueva Orleans en 1937, cuando ella iba camino de los cuarenta años, después de que los médicos hubieran insistido en que de ningún modo sería capaz de concebir hijo alguno. Él poseía una gran inteligencia, destacaba en creatividad y se mostró como un alumno aventajado: cursó …