Tengo que confesar que durante un breve momento y hace unos meses los hoverboards me parecieron interesantes, y divertidos. Por entonces no se llamaban hoverboards, claro. Se llamaban "la cosa esa que usan los youtubers aquellos".
Ha pasado de producto que nadie sabía cómo se llamaba, a ser re-vendido por docenas de actores y cantantes de serie B. Muchos de los cuales han sido posteriormente timados de mala forma con compras fraudulentas online. Pero eso es otra historia.
Durante el otoño, los hoverboards habían impregnado las grandes ciudades y los suburbios de Estados Unidos. Y pese a los problemas técnicos —¿que te quemen la casa es un problema técnico?— de algunos modelos, han copado las cartas a Santa Claus y los Reyes Magos estas navidades en todo el planeta.
Day 2: Children have begun moving in "herds" or "packs" of hover boards pic.twitter.com/lxdUQmJbLf
— matt stew (@matttstew) December 26, 2015Admito que la primera vez que vi a un chico montando uno —barba en el cuello, 20 tantos, camiseta sucia, le faltaba la almohada waifu para completar el pack— por las calles de Madrid no pensé "qué guay, quiero uno" como cuando se lo veía a Casey Neistat. Lo primero que pensé fue "madre mía menudo pringao". Y es que el hoverboard está hecho de ese material potenciador, si eres guay te hace más guay. Pero si eres un pringado... es básicamente una fedora con giroscopios.
Los niños parecen pasarlo genial con el cacharro, y seguramente me esté haciendo viejo, pero como el año …