Desde que recientemente cambié de PC y dejé de lado mi Windows 10 IoT LTSC por un Windows 11 (utilizando, eso sí, la única versión del mismo que es, al mismo tiempo, 'customizada' y fiable), me han preguntado ya unas cuantas veces que cuál prefiero, ¿Windows 10 o Windows 11?
Y entiendo la curiosidad. Pero la verdad es que, tras un par de semanas conviviendo con él a diario, mi respuesta sigue siendo sorprendentemente sencilla. Casi decepcionante para quien preguntase buscando que me posicionara en algún lado del ring imaginario entre ambas ediciones de Windows.
Me da exactamente igual.
No porque no tenga opinión y use lo primero que me pongan delante, sino porque me he dado cuenta de que al final todo se reduce a poder cumplir tres condiciones mínimas y muy concretas.
Y cuando se cumplen, tanto Windows 10 como Windows 11 dejan de ser ese campo de batalla de debates eternos, y se convierten simplemente en lo que necesito: un sistema operativo que no estorbe demasiado.
Condición 1: Poder quitarles el bloatware a ambos
Mi Windows 11 MicroWin, recién instalado. Libre de basura.
Llámalo "experiencias enriquecidas", "servicios sugeridos", o simplemente "basura que nadie pidió, pero viene preinstalada". Microsoft sigue con la manía de inflar sus sistemas con apps y servicios que no tienen razón de existir en una instalación por defecto. OneDrive, Xbox Game Bar, Candy Crush, Cortana, widgets… lo mismo da que estemos hablando de Windows 10 que …