No se puede hablar de Apple sin que venga a la memoria la figura de Steve Jobs. A pesar de no ser el creador realmente del primer ordenador de la compañía, sí fue el maestro de orquesta del despertar de una necesidad en los consumidores. No una ni dos, sino varias veces a lo largo de su trayectoria. Un ordenador particular en sus hogares parecía imposible desearlo en los ochenta. Logró que lo «necesitaran».
Apple no solo es fruto de sus inventos, es mucho más: una de las marcas más distinguidas, una marca diferente, atractiva para el consumidor, aspiracional a la par que elegante. Era la particular visión de uno de los genios más recientes que tuvo que convivir con sus propios demonios. De «pensar diferente» y ese perfeccionismo del que trató de hacer gala también quedó plasmado todos sus productos.
Ya ha dejado de ser una compañía tecnológica; es una manera de ver la vida para muchos consumidores. Su mayor logro no es la percepción que la propia compañía necesita de sus consumidores. Al contrario, una de sus grandes aportaciones a la mercadotecnia es la capacidad para que los consumidores «necesiten» a Apple. Unos seres convertidos en «fan boys» que compran todo su mensaje y que, pese a que la marca no ha sido siempre la primera en llegar, son capaces de atribuirles el perdón de la innovación en detrimento de una mayor satisfacción con sus productos. Diversos informes consultados apuntan a que los usuarios con un iPhone …