Hace unas semanas, aprovechando las rebajas de verano de Steam (plataforma digital de venta de videojuegos) , me compré el aclamado juego Fallout 4 con la idea de vivir maravillosas aventuras que me desconectaran de la vida mundana, cosa que hace casi una década conseguía con el juego de rol online “World of Warcraft”
Aunque el objetivo principal de Fallout 4 es progresar en un mundo “post apocalíptico y hostil” completando misiones llenas de acción a las pocas horas me ví seducido por una de las habilidades secundarias del personaje: la capacidad de recoger basura de las casas en ruinas, reciclarla en su taller y con ella construir elementos propios de un poblado chabolista: casetas de madera o aluminio, toscos generadores eléctricos, colchones , carritos de supermercado...
Dejé de prestar atención al objetivo del juego para dedicarme a meterme en casas abandonadas y vertederos a recoger botellas vacías, chatarra y muebles rotos que llevar de vuelta a mi “poblado”, huyendo de los conflictos que nos trae su elaborada trama. En esencia, me encontraba dedicando mis horas libres a un simulador de chatarrero virtual, versión digital de las personas con las que frecuentemente me cruzo revisando los contenedores de basura y llevándose los objetos de “valor” en una carrito del Mercadona.
Ello me llevó a reflexionar sobre ese concepto tan popular hará unos años, la “gamificación”, y todas sus promesas incumplidas.
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