Un director tan poco destacado como Jay Roach ha logrado realizar su mejor película hasta la fecha: Trumbo, sobre el sufrido guionista de Hollywood que padeció la represión de la Caza de Brujas anticomunista en Estados Unidos, uno de los episodios más vergonzosos de la historia de aquel país.El caso de Roach como cineasta es algo curioso: careciendo tanto de un estilo marcado para ser considerado autor y de la habilidad necesaria para destacar en algún aspecto de su actividad, ha pivotado entre las mayores majaderías de la comedia desneuronada y los dramas respetables de tema político.
Por ello, uno puede ver su firma en horrores como la grosera trilogía de Austin Powers (1997-2002), las burdas Meet the Parents (2000) y Meet the Fockers (2004), con un Robert De Niro perdido en los abismos de la irrelevancia, o ese apuñalamiento de una cumbre del humor como la francesa Le dîner de cons (Francis Veber, 1998) que fue su remake estadounidense, Dinner for Schmucks (2010); pero también puede verla en las televisivas y competentes Recount (2008) y Game Change (2012), y ahora, en la eficiente Trumbo (2015).
Un asunto aparte es su amable comedia deportiva Mystery, Alaska (1999), plana como ella sola, y aquel filme en el que se juntan los que parecen ser sus dos intereses principales, es decir, el humor grueso y la política estadounidense: The Campaign (2012), que se hunde por lo primero y, así, se encuentra lejísimos de su siguiente y, de momento, última película, sobre la …