¿Alguna vez has escuchado sobre el famoso caso de los conejos que se convirtieron en una plaga para Australia? Este, es el primero de muchos ejemplos en los que algunos países se ven orillados a tomar medidas extremas para acabar con alguna especia animal. Estados Unidos contra los búhos o Sudáfrica contra los ratones, por mencionar algunos. A la lista se suma Japón y sus casi cinco décadas contra las mangostas.
Todo se remonta al año 1979 en la isla japonesa de Amami Ōshima cuando se redescubrió el conejo de Amami, el cual se creía extinto. Ante la necesidad de conservar el entorno natural de la isla y proteger otras especies locales, surgió una nueva prioridad: controlar la población de serpientes.
Fue entonces cuando el país nipón puso en marcha un plan que, en teoría, parecía infalible: introducir alrededor de 30 mangostas en la isla. El objetivo principal fue que este mamífero controlara la población de serpientes habu, considerada una amenaza para los habitantes.
Aunque la idea lució prometedora, las mangostas resultaron ser ineficaces, ya que son diurnas y no podían cazar a las serpientes nocturnas. Como consecuencia, se provocó un impacto ecológico significativo ya que las habus continuaron extendiéndose sin control, mientras las mangostas empezaron a depredar diversas especies nativas
Esto tuvo un impacto devastador en la fauna local al verse afectadas especies endémicas y en peligro de extinción, como el conejo de Amami redescubierto solo unos meses antes.
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