Tener un ordenador de adorno, salvo que sea uno icónico como el primer Mac no es algo que se me pase por la cabeza. Menos cuando me costó un buen dinero y hoy día sigue siendo funcional. Se trata de mi iMac de 21,5 pulgadas con un Intel iCore 7 que por culpa de haberle añadido apenas 8 GB de RAM (imperdonable, lo sé) hoy queda relegado a ser una segunda opción.
Con la transición a los Apple Silicon he salido ganando en el ámbito laboral porque me proporcionan mucho mejor rendimiento en el Mac. Así las cosas, y pese a que tampoco es realmente antiguo, tuve que dejar ese iMac aparte, aunque con una función clara. Una función de la que Jobs no estaría orgulloso, pero yo sí. Y mucho.
La gran duda de qué hacer con un Mac que ya no sirve para el día a día
Cuando me di cuenta que mi iMac no daba para más en mis exigencias diarias, tomar la decisión de qué hacer con él no fue fácil. Una opción que descarté rápidamente fue la de venderlo. Podría haber sacado dinero, sí, pero una miseria en comparación con lo que había pagado por él hace no más de cinco años.
El iMac sigue incluso actualizando a macOS Sonoma y probablemente reciba alguna que otra versión de macOS más, pero con esos 8 GB de RAM anda ya muy justo. Me plantee añadirle más, pero al ir soldada …