El lanzamiento de los nuevos Google Pixel y Pixel XL marca una nueva era en la empresa de Mountain View: una en la que Google se convierte en una empresa que se parece mucho más a Apple a la hora de lanzar productos: ya no solo controla el software, sino también el hardware.
Eso, por supuesto, es peligroso, sobre todo porque si Google ha logrado ese éxito con Android ha sido por ofrecerlo a cualquier fabricante. La apuesta hardware no es especialmente diferencial, y de hecho la actitud de Google solo puede hacer enfadar a sus socios tradicionales. Es más: ¿realmente necesitaba el mercado estos teléfonos?
Demasiados gallos en el corral
La ventaja fundamental de los Pixel es la que ya ofrecía la (tristemente desaparecida) familia Nexus: que con ellos uno tendrá derecho a contar con lo último y más reciente de Android. No hay más beneficios palpables en estos terminales. No al menos en el apartado hardware.
Es cierto que cuentan con el novedoso Snapdragon 821, pero en el resto de opciones nos encontramos con especificaciones comparables a las de cualquier otro terminal de esta gama. Sobre todo en cámara, uno de los argumentos que ha esgrimido Google para presumir de dispositivos.
Que estos dispositivos sean los que mayor puntuación tengan en DxOMark no los hace necesariamente mejores que el resto -al final hay detalles muy subjetivos en esta y otras valoraciones-, y por muy bien que se comporte la cámara las diferencias con otros …