En un futuro no demasiado lejano la vida en la Tierra está prácticamente extinta. La causa, una descomunal fulguración solar que ha acabado con la capa de ozono, con lo que no se puede estar al Sol sin abrasarse con la radiación ultravioleta. Eso también imposibilita cosechar y recolectar alimentos; pasa tres cuartos de lo mismo con la ganadería. La civilización también ha colapsado debido además al enorme pulso electromagnético que vino con la fulguración y que frió casi cualquier dispositivo eléctrico o electrónico.
Finch Weinberg, quien da nombre a la película (disponible en Apple TV+), es un ingeniero robóticista que sobrevive en las instalaciones de la que fuera su empresa en compañía de un robot llamado Dewey (puntos para quien pille la referencia) que personalmente me recordó a un Aibo de Sony sin «piel» y con una cesta encima y un brazo articulado para coger cosas y de su perro Goodyear. Va recorriendo San Luis junto con Dewey en busca de comida que pueda quedar, y es de suponer que de gasolina para su enorme camión. Y así van tirando.
Pero él es consciente de que está enfermo y de que probablemente no le queda mucho tiempo. Así que está construyendo un robot humanoide al que además de las tres famosas leyes de la robótica de Asimov le programa una cuarta: la de cuidar al perro.
Cuando la tarea aún no está terminada una enorme tormenta empieza a cernirse sobre San Luis y las previsiones –con datos recogidos de …