Cuando era niño, mis papás se fueron a Estados Unidos para darme una vida mejor. Apenas recuerdo cuando se marcharon; en cambio, una de mis primeras memorias de las que soy consciente todavía es la de ir sentado en un autobús. Iba en la ventana, olía a huevo revuelto, pero no importaba demasiado; a un lado de mí estaba mi abuela y del otro lado del pasillo estaba mi abuelo, con su característico sentido del humor. Íbamos rumbo a Oaxaca, el pueblo de origen de ellos.
Por años, sobre todo en vacaciones de verano, mis días enteros los pasaba sentado en un camión. Jugando con mis carritos que guardaba en una mochila de oso de peluche, que aún conservo. Era ir y venir de Oaxaca a Ciudad de México, observando el paisaje, los grandes montes, las casetas que parecían eternas y hasta el anuncio negro de un toro, que siempre me engañaba y pensaba que realmente había uno al final de la carretera. Ahora, he visto la evolución de esos autobuses en mi viaje con FliX.
FliX, actualizarse o morir
Cuando me dijeron que volaría a Europa a tomar un servicio de autobús de larga distancia, mi primer pensamiento fue: “¿para qué?”. Antes de saber quién era la marca y cuál era su objetivo, solo podía pensar en los largos viajes con mis abuelos y en lo abrumador que era tomar un camión de este tipo, desde la travesía de ir a …