A mediados del siglo pasado, apenas unos años después de la Segunda Guerra Mundial y en plena Guerra Fría, surgió el Project Rover. Bajo la supervisión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, la iniciativa buscó explorar misiles intercontinentales con propulsión nuclear.
Posteriormente, el desarrollo de esta tecnología se trasladó al ámbito espacial a manos de la NASA y la Comisión de Energía Atómica (AEC), con lo que se le dio lugar al proyecto NERVA (Nuclear Engine for Rocket Vehicle Applications). Ahora, la agencia espacial se ha unido a DARPA, organismo de investigación del Pentágono, para intentar hacer realidad aquella idea que no tuvo éxito hace más de ochenta años.
En un inicio, el concepto original parecía relativamente sencillo en la teoría. Se buscó utilizar un reactor nuclear para calentar hidrógeno líquido y luego expulsarlo a través de una boquilla de cohete para generar empuje. Este sistema, conocido como cohete de propulsión termonuclear (NTR, por sus siglas en inglés), prometía una eficiencia de combustible sin precedentes.
Sin embargo, en la práctica, la construcción de naves espaciales nucleares resultó ser extremadamente complicada debido a las temperaturas extremas, la corrosión por hidrógeno y la falta de gravedad. El proyecto NERVA fue cancelado en 1973 después de 23 prototipos.
La llegada del proyecto DRACO
Fue en 2020 cuando DARPA decidió revivir el concepto de propulsión termonuclear. Gracias a los avances de China en el espacio, nació el proyecto DRACO …