En una ocasión platicaba con una señora octogenaria que vivía en la sierra de Santa Atzacan, Veracruz. Ella me contaba que cuando estaba apunto de morir se encontraba tirada en su petate –en algunas comunidades mexicanas se pinta una cruz de cal en el piso, se coloca un petate encima, y a los agonizantes se les recuesta ahí hasta que mueren– y, de pronto, se desprendió de su cuerpo, se levantó y decidió caminar fuera de su casa.
Doña Zenaida contaba que su “espíritu” caminaba por un camino lleno de sol, donde todo era muy verde, y había muchas plantas, arbustos y árboles llenos de chile. Que caminaba tocando los arbustos, que ya nada le dolía, que estaba feliz, pero que de pronto escuchó la voz de su nieto y decidió volver a su cuerpo.
Las experiencias de la gente que vuelve a la vida después de estar muerta un breve lapso de tiempo son diversas. Algunos afirman que su alma se desprende y entonces pueden ver su cuerpo en la sala de hospital en una toma subjetiva y cenital rodeado de sus seres queridos sin entender qué pasa; otros, como Zenaida, son más afortunados y contemplan paisajes hermosos; pero también existen los testimonios y la creencia popularizada de que, cuando uno muere, el alma camina a través de un túnel donde al final espera una potente luz.
Pero la ciencia, que siempre encuentra una explicación lógica del mundo, desterrando el pensamiento mágico que como humanidad también nos ha sostenido, tiene una explicación …