La primera vez que vi las Ray-Ban Meta fue en una de esas campañas publicitarias de aeropuerto en las que todo parecía demasiado perfecto. Gente en la playa, en conciertos, grabando recuerdos con un simple toque en la patilla de sus gafas. Lo confieso: pensé que era marketing aspiracional, de ese que vende promesas que no se cumplen. De lo que quieres conseguir, pero donde la tecnología aún no tiene las piezas para conseguirlo de esa forma. Sinceramente, sobre el papel tampoco me convencieron. Pero las he probado tres semanas. Y en el día a día me han demostrado que hay algo especial aquí. Si la verdadera magia de la tecnología es cuando desaparece, las Meta son, sin duda, gafas mágicas.
A primera vista, nadie se imagina que estás usando un dispositivo inteligente. No hay pantallas ni LEDs chillones, ni formas futuristas. Son gafas Ray-Ban. Bonitas, sobrias, de esas que podrías encontrar en cualquier óptica del centro. Pero están vivas. Escuchan, ven, graban y responden. Y todo eso sin sacrificar diseño ni estilo. Como si la tecnología se hubiera colado en un objeto cotidiano sin pedir permiso, como un susurro en vez de un grito. Ese es su secreto. Es justo aquí estaba el oro.
No me costó integrarlas en mi rutina. Salir de casa, coger las llaves, el iPhone y las gafas. Y ya está. La diferencia es que ahora también tengo una cámara en la mirada y una IA susurrándome respuestas, recordándome que la información ya no vive …