El Mobile World Congress ya no es un evento de telefonía. Es mucho más.
El Mobile World Congress ha sido siempre el epicentro de la industria telefónica. Hace cuatro años, en el mismo lugar en el que me encuentro escribiendo estas líneas, las compañías de primera línea (HTC, LG, Samsung, Sony, Huawei, etc.) presentaban sus principales teléfonos móviles a golpe de bombo y platillo. Y todo el mundo las observaba, como si de una disputada carrera de caballos se tratase.
En los pasillos de la feria, las conversaciones eran casi monotemáticas: ¡Es el primer móvil con cuatro núcleos!, ¡La nueva AMOLED de Samsung es increíble! y ¡El diseño de HTC es soberbio! eran algunas de las frases más frecuentes. Todo giraba en torno a las estrategias y la forma en la que todos los fabricantes continuaban empujando la industria móvil hacia delante año tras año.
El auge del smartphone ha llegado a una meseta. Y la feria se ha adaptado a ello para conservar protagonismo.
En esta última edición, la situación está siendo diferente. El race to the bottom, la universalización del smartphone y la ausencia de beneficios —salvo excepciones— han estancado de forma progresiva el crecimiento del smartphone —mercados emergentes aparte—, provocando, por consiguiente, un viraje de la industria hacia un paradigma diferente, mucho más amplio y repleto de nuevos retos.
Sony Projector en el MWC 2016. Un producto alejado de la categoría móvil y presentado en la feria de Barcelona.
Esta tendencia ha quedado muy patente durante el Mobile World Congress 2016. Mientras que …