Hasta el año 1939, momento en el que Adolf Butenandt y Leopold Ruzickam lograron el premio Nobel de Química por sus trabajos sobre las hormonas sexuales (llegando a aislar la testosterona), la búsqueda de la fuerza, de la eterna juventud o de la misma vitalidad sexual había pasado por investigaciones tan marcianas como la ingesta del pene de un rinoceronte, el de una foca o el trabajo del doctor Brown: nada menos que extracto de testículos del perro. ¿Había conseguido el elixir de la vida?Read more...