Hollywood vuelve a agitar nuestra nostalgia por el cine de los años ochenta del siglo pasado con una nueva versión de Ghostbusters, comedia fantasmal de la que se ha encargado el director estadounidense Paul Feig con indudable coherencia.La pretensión de rodar una secuela que al menos cerrase lo que podría haber sido una trilogía iniciada por Ghostbusters (Ivan Reitman, 1984) y continuada con Ghostbusters 2 (Reitman, 1989) se fue al traste, entre otras cosas, por el triste fallecimiento en febrero de 2014 de Harold Ramis, uno de los guionistas originales que, además, daba vida al doctor Egon Spengler. Así las cosas, y después de muchos dimes y diretes que ya habían durado años, lo que se propuso al final fue un remake libre de la primera película, protagonizado esta vez por mujeres y con la dirección de Feig. Y eso es lo que llega ahora a las salas de cine de todo el mundo.
Hay dos razones fundamentales por la que resulta de lo más lógico que Feig haya llevado a cabo esta nueva versión de Ghostbusters: la primera, que casi toda su aún corta trayectoria en el largometraje cuadra perfectamente con el humor tontorrón que caracteriza a estos filmes; y la segunda, que ha demostrado un vivo interés por las historias centradas en mujeres y, por añadidura, en explotar la vena cómica de actrices que siempre la han tenido a flor de piel. Esto es de tal manera desde la insulsa Bridesmaids (2011), pasando por la desaprovechada The Heat …