Nintendo y Game Freak llevan veinte años arrasando de la mano de Pokémon. Por ello, llegados a esta punto, cada lanzamiento debe atinar a la hora de atraer a nuevos y veteranos jugadores por igual. Y quizá esa ambición se plasma mejor que nunca en Pokémon Sol y Luna, la séptima generación de la franquicia. Nacida hace veinte años, Pokémon fue una de las principales puertas de entrada al videojuego para la generación de los noventa. En medio de una época complicada para la compañía, Nintendo dio en la diana con un RPG por turnos de lo más tradicional en su desarrollo que, como giro de tuerca, incorporaba el componente de captura y recolección de lo que hoy en día son pilares de la industria, los Pokémon.
Sin ir más lejos, uno de mis principales recuerdos relacionados con el medio tiene que ver con esa tarde en la que, como regalo de cumpleaños, estrenaba una Game Boy Color y ese Pokémon Rojo con el icónico Charizard en la portada. Ni antes ni después de ese momento he sentido nunca demasiado apego por el RPG oriental pero, con todo, Pokémon es otra cosa, casi un género en sí mismo.
Con el paso del tiempo y de las generaciones, uno empieza a profundizar en ese lado estratégico del juego, más profundo que el de casi cualquier videojuego del género, a la vez que a renegar de todo lo relacionado con el guion y la narrativa, anclados en la idea de llegar a …