Vuelve Doom. Y lo hace por la puerta grande, con todo lo bueno que un día fue y trayendo de vuelta todo aquello que hemos perdido en este new age de los videojuegos FPS en los que la jugabilidad es una mera excusa para la narrativa. En Doom la jugabilidad es todo lo que importa. Con 23 años a sus espaldas, el padre de los FPS sigue siendo el rey. Que Wolfenstein me perdone.Sobran las introducciones en este caso. La vuelta al ruedo de id Software y Bethesda con uno de los FPS más memorables de la historia de los videojuegos debería ser suficiente, solo por el nombre, para llamar la atención de cualquier jugador. Doom puede considerarse la síntesis de un trabajo bien hecho que no suele ser la tónica habitual en la industria: anunciado por sorpresa en el E3 de 2015 y puesto en el mercado apenas 9 meses después sin fallos aparentes. Y eso en 2016 es mucho pedir.
Supongo que, como decía al principio, la losa que supone el nombre de Doom es demasiado grande para llevarla a cuestas a la ligera. Ni id Software ni Bethesda podían permitirse ningún fallo en su vuelta, en pleno 2016, a los clásicos 90s, y desde luego los jugadores no lo iban a perdonar.
Y precisamente aquí está la ironía de todo esto. Doom, como uno de los padres de los videojuegos, ha influenciado a la industria en todos los sentidos y, en consecuencia, ahora recoge lo que sembrado; …