Una amplísima mayoría de los mortales con conexión a internet en su hogar o su oficina tiene cerca un mismo tipo de dispositivo: un router. También llamado en español enrutador, encaminador o incluso rúter, adaptando a nuestro idioma el sustantivo inglés. Una pieza de hardware que interconexiona redes informáticas y encamina los paquetes de datos por las rutas más adecuadas.
Existen multitud de modelos, con muchas funciones añadidas distintas, de infinidad de marcas... Sin embargo, al margen de su utilidad principal y esencial prácticamente todos tienen algo en común: la dirección 192.168.1.1.
En Genbeta
El legado de la Guerra Fría en la informática
Una de las IP más conocidas que puedan existir por la función que desempeñan. Básicamente, ser la puerta de acceso a los routers. La entrada a la configuración —previo paso por una pantalla de inicio de sesión en la mayoría de dispositivos— que nos permite hacer cuantos ajustes deseemos al respecto de la conexión que nos proporciona con solo teclear esa sucesión de números en nuestro navegador.
Por qué 192.168.1.1, la historia
Como todos sabemos, una dirección IP es la matrícula de un dispositivo. Una numeración que identifica de una forma lógica y jerárquica a lo que se denomina una interfaz en red —es decir, un elemento de comunicación y/o conexión— de un equipo informático como pueda ser un ordenador, un teléfono móvil o una tableta que emplea el archiconocido o protocolo IP.
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